La entrada a casa es la entrada a una nueva dimensión. Es el cambio de la relajación a la tensión. Es el paso de familia feliz a familia tensa.
La escena se repite a diario. A veces, incluso, más de una vez: Salimos del ascensor, normalmente gritando e intentando mantener el control jugando y haciendo bromas; el HermanoMenor se va directo hacia el timbre; ante nuestras advertencias de que no lo toque, se gira, ríe y deja el dedo apretado indefinidamente hasta que le quitamos la mano. A continuación alguno de los adultos nos hacemos sitio para abrir la puerta, entramos y…
No, la puerta no es esta :P |
… El HermanoMenor pasa de ser uno de los seres más contentos en la faz de la tierra a ponerse a llorar como un desesperado, inconsolable y muchas veces intercalando un mamaaaaaaa.
Todo el buenrrollismo que traíamos de la calle se queda en el rellano; esos desgarradores gritos hace que la tensión vaya en aumento a medida que pasan los minutos; es imposible muy difícil no entrar en el círculo vicioso; a los pocos minutos de vivir en esta fiesta de gritos y lloros empiezan a entrarnos las prisas para encarrilar las cosas que se han quedado pendientes y hacer que los pequeños se puedan ir a descansar, a comer o lo que corresponda; la HermanaMayor normalmente se pone a jugar y no atiende a razones para que colabore a que algo de lo que teníamos previsto funcione, pero bueno, ella tampoco tiene mucho que ver en esta historia.
Y todo ello es culpa de la puerta, la dichosa puerta de entrada al piso; qué debe haber en ella que hace cambiar de humor al pequeño de la casa tan fugaz y fácilmente? Detecta alguna extraña vibración? Hay una atmósfera tensa? Sea lo que sea, igual es digno de Iker Jiménez.
Lo curioso de todo es que no tenemos manera de evitarlo… no podemos entrar por otro lugar ni cambiar la puerta, así que ahí andamos, con la esperanza de que cada vez que cruzamos la puerta no se desencadene el cataclismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario