Ser padres de dos pequeñajos no te deja ni un rato libre (no quiero ni pensar los que tienen más de dos!), vas de culo todo el día y muchas veces los nervios están a flor de piel preparados para hacer estallar nuestro pequeño universo y 'liarla parda' en cualquier momento.
No obstante, no todo es malo; ser padres de dos permite vivir situaciones en los que te derrites por momentos. Una de esas cosas, y para mi de las mejores, es lo que se llegan a querer entre ellos... y eso que solo hace un año que se conocen! Me encanta ver cómo al pequeñajo se le ilumina la cara y se le dibuja una inmensa sonrisa cuando aparece su hermana en escena o cuando le dice alguna chorrada... Solo con su presencia tiene la capacidad de hacerle salir de una situación de lloro desconsolado y transformarlo en sonrisas.
Dignas de mención son esas payasadas que le dedica la HermanaMayor al pequeñajo y que éste agradece con sonoras carcajadas, lo que hace que la protagonista de esa improvisada función se crezca aún más, y que el otro se ría más todavía... y al final, pierden el control y muchas veces necesitan de nuestra ayuda para salir de ese círculo vicioso, jajaja.
La devoción de la grande por el benjamín de la casa tampoco se queda corta; cuando lo ve tras estar un rato separados (esto es aplicable a cuando han pasado 5 minutos) parece que haga varios meses que no se ven: unos gritos, unos abrazos y una felicidad que muchas veces es excesiva y necesita de cierto control por nuestra parte tras los aspavientos del enano por intentar liberarse de esos abrazos de oso...
Ser padres de dos es cansado, agotador, estresante y en muchos momentos nos preguntamos cómo tuvimos la 'genial' idea de meternos en semejante berenjenal, pero cuando ves y disfrutas estas cosas se te olvida... y mola ser padres de dos.
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